José María Morelos y Pavón charla con el público de la Antigua Casona de Xicoténcatl

  •  El actor Alejandro Corzo interpretó al insurgente en “Morelos. Sentimientos de Una Nación”

Este lunes por la noche José María Morelos y Pavón charló con el público de la Antigua Casona de Xicoténcatl a través del actor Alejandro Corzo, quien interpretó en esta Tertulia Literaria a un personaje celebre por su patriotismo e ideales en la Guerra de Independencia de México, pero también a un hombre con defectos y debilidades, como cualquier ser humano.

“Yo entregué mi vida durante cinco años, de 1810 a 1815, para forjar no solamente el brazo armado de un ejército, sino que entregué mi vida para que el pueblo, para que la América, fuera consciente de lo que había dentro de mí, que no era otra cosa que mis sentimientos, señoras y señores: los sentimientos de una gran nación”.

Esas fueron parte de las emotivas palabras que Corzo, vestido con paliacate rojo en la frente, levita, pantalón y botas negras, expresó ante los espectadores de “Morelos. Sentimientos de una Nación”, monólogo teatralizado que contó con música del pianista Juan Ramón Sandoval, investigador de la Sociedad Promotora de Estudios Musicales del Siglo XXI, Sopromusic.

Durante más de una hora, cerca de 100 asistentes a este evento gratuito del Senado de la República conocieron hitos y encrucijadas en la vida del Siervo de la Nación a 260 años de su nacimiento, además de algunos datos biográficos poco divulgados en los libros de historia.

Corzo introdujo al público a José María Teclo Morelos Pavón y Pérez, nombre completo del héroe nacido el 30 de septiembre de 1765, cuyo origen tuvo que falsificarse en su acta bautismal a través de un “soborno” para pasar por criollo y así tener mejores oportunidades, pues su sangre mulata le cerraría las puertas en la Nueva España.

Hijo de una humilde maestra y de un carpintero, José María trabajó desde sus 14 años para luego, por “ordenes” de su madre, entrar al sacerdocio a sus 25 años en el Colegio de San Nicolas, donde se hizo amigo del rector de la institución, un cura llamado Miguel Hidalgo y Costilla.

Alejandro Corzo nos contó que posteriormente como cura en Carácuaro, que en 1930 adoptó el nombre de Carácuaro de Morelos, en el estado de Michoacán, el futuro insurgente se dio cuenta de que en la Nueva España debía haber un cambio al notar las injusticias de la esclavitud y por las convulsiones políticas que atravesaba Europa a causa de las guerras napoleónicas.

Es también en ese contexto cuando Miguel Hidalgo se levanta en armas y Morelos decide unirse a sus filas, aunque con dudas, pues no lo haría como cura, sino como general: “yo que juré salvar almas, era como traicionar todo aquello. Sabía que la muerte iba a estar ahí y que tendría la necesidad de matar al prójimo. Pero no es pecado combatir la tiranía”.

En la dicotomía de esa reflexión, acompañada de teatralidad y dramatismo, Corzo plasmó la complejidad del héroe de la Independencia: un hombre que ofició como sacerdote, pero que también ordenó fusilamientos, y que llegó a ser el máximo jefe del movimiento insurgente, pero cuyo liderazgo menguó tras continuas derrotas militares.

Pasajes relevantes de la vida de Morelos, como el Sitio de Cuautla o la apertura del primer Congreso de Anáhuac, donde proclamó Los Sentimientos de la Nación, estuvieron armonizados con el piano de Ramón Sandoval, quien, junto al actor invitado, tuvo una entretenida interacción con los asistentes a la Antigua Sede del Senado.

“Qué bonito es contar la historia de uno acompañado del piano”, reconoció Corzo caracterizado de Morelos; acto seguido, sin salir del personaje, el histrión y el pianista instaron al público a entonar y a acompañar con las palmas una canción de la época: “rema nanita, rema. Y rema y vamos remando. Ya los gachupines vienen, ¡y los vamos avanzando!”.

La narración teatral culminó en el 22 de diciembre de 1815, fecha en que José María Morelos y Pavón fue fusilado. Corzo nos recordó que el Siervo de la Nación sabía desde el principio que la muerte, tarde o temprano, lo alcanzaría; pero que, a pesar de ser imperfecto, fue un hombre que arriesgó su vida por una idea, y las ideas son “algo a lo que la muerte no puede dar fin”.

“Me dijeron ‘póngase de espaldas y de rodillas al pelotón de fusilamiento, por favor’, porque así es como mueren los traidores. Apunten, ¡fuego!… Que me pusieran de espaldas al pelotón representó para mi tanto, porque era darle la espalda a la ignominia, a la sinrazón, a la injustica, al racismo, a la desigualdad… pero, frente a mis ojos vendados, estaba el futuro”.

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