“El precio histórico de un poder judicial que tomó sus determinaciones democráticamente”
Por: Dr. Mario Rodolfo Cid de León Carraro
Presidente de la Junta de Enlace Ciudadano, para el Análisis de Temas Económicos y Sociales de México y Nezahualcóyotl
@MRODOLFO_CID
A todos los lectores que me han hecho el honor de seguir esta columna, “El Hijo del Camionero”, les deseo que mañana en Noche Buena, el Dios que nos nace, les ampare, les proteja, les muestre su rostro y les de su paz y que esta Navidad, las esperanzas que ofrece la Fe, se materialice en la vida de cada uno de ustedes.
En función de las fechas que estamos pasando y de la realidad que vive el país, se les presenta el día de hoy, un relato, una historia que tuve la oportunidad de leer en la prensa extranjera y que vale la pena aquilatar sin ideologías, sino en los términos en que se han presentado los temas en esta columna, en un plan totalmente descriptivos un relato histórico que revela de una manera muy cruda lo que puede ocurrir cuando el Poder Judicial o no opera de manera independiente o bien que los juzgadores respondan en función de ideologías o en subordinación a los gobernantes en turno.
El titulo del ensayo al que se ha hecho referencia, se titula “Asesinato de una poetisa en el cementerio de la Almudena”, cuyo autor responde al seudónimo “Guerra en Madrid”, quien difunde historias inéditas de la Guerra Civil española y que, habiendo hecho referencia exacta sobre la autoría, se reproduce parcialmente a continuación, no sin antes señalar, que se intercalaran los comentarios analíticos por parte de quien suscribe, que vallan resultando apropiados:
“Se acaban de cumplir 84 años del asesinato durante la Guerra Civil de la poetisa Esther López Valencia, una mujer desconocida hoy en día, cuya historia ha sido silenciada por los grandes defensores de la Memoria Histórica. Durante el franquismo su figura también fue dejada de lado, posiblemente por su vinculación con la Confederación Española de Derechas Autónomas o quizá porque su muerte pudo estar eclipsada por el asesinato de su padre, don Álvaro López Núñez, uno de los grandes intelectuales de los años treinta.
A Esther López la mataron a tiros (sin juicio y muy democráticamente) durante la noche del 29 de septiembre de 1936 junto a las tapias exteriores del cementerio de la Almudena. Sus asesinos sabían perfectamente que aquella poetisa oriunda de Valladolid simpatizaba con la Confederación Española de Derechas Autónomas y se relacionaba con numerosos círculos cristianos de Madrid.
Había nacido en 1887 en la localidad de Rioseco (Valladolid) aunque llevaba media vida en Madrid. Al estallar la Guerra Civil tenía 49 años, estaba soltera y la descripción física que hicieron de ella sus más allegados decía que tenía una constitución gruesa, el pelo corto y al menos dos dientes de oro. En aquellos convulsos años treinta había trabajado como escritora a sueldo del semanario «La Lectura Dominical», un órgano del Apostolado de Prensa. Por medio de la Hemeroteca Nacional hemos visto que entre 1926 y 1936 publicó un sinfín de poesías y relatos cortos, algunos de ellos con tintes eclesiásticos. Sin embargo, no alcanzó la fama por estos relatos sino por su obra «Escorial», un libro de poemas publicado en 1922 por la editorial «Crítica» que estuvo prologado por su progenitor al que le unía una relación muy especial.
El periódico La Atalaya elogió a la poetisa a la que calificaron como «formal revelación de una poetisa de primer orden llamada a reverdecer los laureles de nuestras grandes figuras literarias femeninas. (Hay que recordar que el feminismo histórico, no tiene nada que ver con el feminismo político actual; el feminismo histórico fue la lucha de aquellas mujeres que sin privilegios legales, sin cuotas predeterminadas y en igualdad real con los hombres, consiguieron espacios en la vida publico social, solamente esgrimiendo sus capacidades y talentos que aportaron elementos culturales y científicos, que marcan nuestra vida hasta nuestros días).
Esther le unía un vínculo muy especial con su padre, Álvaro López Núñez, periodista de renombre que también ocupaba cargos de responsabilidad en la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales y del Instituto Nacional de Previsión. Además de todo esto, fue un hombre solidario por encima de cualquier cosa: fue pionero en España de la educación para sordos y un gran defensor de la asistencia y los seguros sociales para los obreros. A su madre, Carolina Valencia, también le unía una relación muy especial, principalmente porque también se dedicó al mundo de la poesía. De hecho, los que la conocieron decían que era una autora muy prolífica y de calidad que había conseguido que la mismísima Emilia Pardo Bazán prologara uno de sus libros. (Podemos observar hasta aquí, que hablamos de una familia muy unida de intelectuales, que se distinguían por su solidaridad con su entorno, por ser pacíficos y desarrollar cultura, tal y como muchas familias que conocemos)
En julio de 1936, se produce en Madrid la sublevación militar y, a diferencia de otros años, Esther López Valencia no pudo marcharse de vacaciones hasta Rioseco, su pueblo situado en Valladolid. La situación que se vivía en Madrid era de una gran tensión por lo que optó por permanecer en la capital junto a su familia por miedo a que su progenitor pudiera ser detenido por haberse significado públicamente como un ferviente católico(aquí en adelante se podrá apreciar él porque es importante defender la libertad de religión que nos concede la constitución, así mismo la importancia de exigir que el gobierno se conduzca de manera laica, tal cual lo designa la constitución, así como la importancia, de que nosotros, los ciudadanos exijamos que el gobierno actual, se abstenga de inducir figuras religiosas a doc. de su propia estructura ideológica, tal cual ocurre hoy en México).
El 6 de agosto, el Instituto Nacional de Previsión, donde Álvaro López ejercía como subdirector, anunció de la noche a la mañana su jubilación forzosa. Este sería el primero de los muchos golpes que tuvo que soportar esta familia en el primer verano de la Guerra Civil (cabe señalar que el gobierno republicano, suprimió los tribunales, en donde Don Álvaro, habría podido recurrir tal arbitrariedad; en México, se antoja muy familiar, las modificaciones a la ley de amparo).
Entre agosto y septiembre de este 1936, la vivienda que compartía la poetisa con sus padres en el número 34 de la calle Toledo tercer piso, fue registrada al menos en tres ocasiones por milicianos del Frente Popular (republicanos); los registros fueron solventados por la familia López con relativa facilidad hasta el fatídico 29 de septiembre. Aquel día, sobre las 17.00 horas, se produjo en nuevo registro en la vivienda llevado a cabo, en esta ocasión por cuatro milicianos armados de fusiles: tres hombres vestidos de civil y una mujer que llevaba uniforme de color azul; en esta ocasión los milicianos no buscaban documentos comprometedores ni joyas como había sucedido en registros anteriores, sino que su propósito era detener a Esther López, dijeron que la poetisa solo estaría unas horas fuera de casa ya que pretendían que prestara declaración por su pertenencia a la Confederación Española de Derechas Autónomas ante funcionarios de la Dirección General de Seguridad (instancia que de facto funcionaba como tribunal electo popularmente ¿Cómo que suena familiar?); su padre les dijo a los milicianos que su hija no se marcharía sola con ellos por lo que también fue arrestado al instante (sobra decir que ni para el cateo, ni para las detenciones medió orden judicial, situación que equiparada a la de México, nos obliga a exigir una revisión del modelo del fiscal autónomo).
Según relató el historiador Pacho Reyero en la revista Tierras Leonesas, la detención de Esther se produjo de la siguiente manera:
«Aunque no se conocen con precisión las motivaciones de tan inoportuna visita, buscaban al parecer a Esther, que era muy extrovertida y comprometida, no directiva pero sí activista de la Confederación Española de Derechas Autónomas.
Esther, una mujer escasamente precavida en las manifestaciones orales de su militancia política y religiosa, no ocultaba ninguna de sus actividades católicas y participaba en diversos movimientos y asociaciones parroquiales (situaciones que, en un régimen realmente democrático, no deberían generar ningún tipo de problemas). Los milicianos desmandados se hicieron, parece ser, con el domicilio de ella por una lista de la Adoración Nocturna que había llegado a la Dirección General de Seguridad».
En el Archivo Histórico Nacional se localizó una declaración que hizo la madre de la poetisa ante un juzgado de Madrid, solo unas semanas después del arresto de su hija y su marido; en ella decía que su marido se había encontrado con los milicianos en la escalera de su edificio y él los acompañó dentro de su vivienda para dirigirse inmediatamente hasta la habitación de Esther. Según la declaración, los milicianos acusaron a la autora de romper un papel justo cuando habían entrado en el dormitorio, dejando entrever que estaba eliminando algún tipo de prueba incriminatoria. Ante el juzgado, la madre de Esther aseguró que no sabía dónde habían trasladado a su hija y a su marido aquel 29 de septiembre de 1936 (imaginen la gravedad del asunto y la deceleración); su hermano, Federico López Valencia, también prestó declaración ante el tribunal, pero tan solo pudo hablar de oídas pues él se encontraba ausente cuando se produjo la detención de sus familiares.
Se sabe que padre e hija fueron trasladados esa misma tarde hasta el Comité Provincial de Investigación Pública, conocido más adelante como la checa de Fomento (policía secreta y represora, inspirada en la checa soviética), situada por aquel entonces en el número 40 de la calle Alcalá (para variar, se trataba de un comité ilegal de la Dirección General de Seguridad (eso sí, democráticamente electo, hágame el favor, además de que suena familiar) que contaba con representación de todos los partidos del Frente Popular(justicia democráticamente politizada).
El cometido de la checa de fomento, además de localizar y detener a los supuestos enemigos de la República, era juzgar a estas personas (obviamente sin ningún tipo de garantías) y asesinar (perdón: ejecutar) a aquellos a los que consideraban culpables (tras democrática votación).
Tras el proceso del Tribunal de Fomento, se sabe que Esther López y su padre fueron sacados del calabozo a última hora de la noche de este 29 de septiembre y subidos a un camión, junto con otras personas sacadas de sus celdas (diez hombres y una mujer).
Resulta evidente el drama que vivián en ese momento esas dos mujeres y once hombres; en aquella época que eran comunes los “paseos” y asesinatos muy habituales en aquella convulsa retaguardia republicana. Ya de madrugada, el camión se detuvo a la altura del cementerio Este (hoy conocido por la Almudena) y los reos fueron obligados a bajarse uno a uno, instantes después de poner los pies en el suelo eran forzados a arrodillarse. Uno de los milicianos que les había trasladado hasta esa carretera del Este les disparaba con una pistola uno o varios disparos en la cabeza, casi todas las víctimas presentaban tan solo heridas en el cráneo, por lo que sé presume que los disparos tuvieron que realizarse a muy pocos centímetros de las cabezas, por lo que es claro, que no se les fusiló junto a las tapias del cementerio (como los republicanos pretendieron justificar con posterioridad).
Esther y su padre murieron asesinados aquella madrugada del 30 de septiembre de 1936, el cuerpo de la poetisa presentaba una herida por arma de fuego en el frontal maxilar superior y temporal izquierdo, lo que quiere decir, inequívocamente, que su verdugo ledisparó a muy poca distancia de la cabeza, una deducción que se confirma al comprobar la fotografía que tomaron de su cadáver los funcionarios del depósito judicial de Madrid; en la imagen (que por consideración a ustedes estimados lectores y por respeto a la víctima, no se reproduce), se puede apreciar como la poetisa presentaba una herida de gran tamaño en la frente y otra en la sien (trayectoria de entrada y salida).
El cuerpo de su padre también presentaba una herida en la cabeza, por arma de fuego, en concreto en el occipital, pero también otra en el hemitórax derecho. La fotografía de su cadáver (que no se reproduce por respeto a la víctima y por la propia crudeza), con la boca abierta, también es simplemente indescriptible.
Concluida la Guerra Civil, los familiares de nuestros protagonistas, denunciaron el ultraje y saqueo del que fueron víctimas tras su brutal asesinato (el régimen judicial democrático republicano, se condujo de una forma vil con ellos, hasta el final)
Los trece cadáveres fueron vistos a las 07.00 de la mañana del 30 de septiembre cuando un empleado del cementerio se disponía a entrar en las oficinas. Los cuerpos estaban alineados junto a uno de los muros exteriores y ninguno de ellos llevaba su documentación personal para evitar que pudieran ser identificados; algunos cadáveres como el de Esther tenían carteles pegados al cuerpo que venían a ratificar que habían sido asesinados por cuestiones ideológicas. En el caso de la protagonista, le habían puesto uno que exponía la frase: Fascista de toda la vida (sobra decir, que, sin ninguna investigación, la checa lo decidió tras votación, todo muy democrático).
El trabajador del cementerio llamó inmediatamente a la Policía después de encontrarse con los cadáveres; no era la primera vez que se topaba con personas asesinadas ya que,desde el inicio de la Guerra Civil, era habitual que a muchos de los «paseados» les trasladaran hasta la carretera del Este. Este empleado telefoneó desde las oficinas del camposanto hasta la Comisaría de Vigilancia del Distrito de Congreso para dar cuenta del hallazgo, por lo que media hora después llegaron a la zona para (fingir) hacerse cargo de las primeras investigaciones tres agentes de policía pertenecientes a esta comisaria, sus apellidos eran: Yerro, Ramírez Castilla y Durán. Su jefe directo era el inspector de guardia, Agustín Delgado.
Lo primero que hicieron los policías al llegar a los exteriores del cementerio fue colocar una tarjeta con un número encima de cada uno de los cadáveres para que sus familiares pudieran identificarlos, acto seguido fotografiaron los cuerpos con el fin de entregar esas imágenes a la Dirección General de Seguridad, para su fichero de personas asesinadas, después hicieron una breve descripción de cada uno de los cuerpos y de sus pertenencias. Esther todavía no había sido identificada como tal, por lo que los policías hicieron la siguiente descripción de su cadáver:
Cuerpo número 12: Cadáver de una mujer representando unos 50 años, estatura regular, gruesa, pelo canoso, con vestido azul, medias grises, ocupándosele un pañuelo con la inicial E y un papel en el que se lee: «Fascista de toda la vida».
Tras las fotografías de rigor y las primeras (fingidas) pesquisas policiales, los cadáveres de los asesinados fueron trasladados en un «furgón municipal» hasta el depósito de la calle Santa Isabel.
Los trece cuerpos fueron sometidos a una autopsia por parte de los forenses José Águila Collantes y David Querol Pérez, los mismos doctores que habían hecho la autopsia a Calvo Sotelo y a los asesinados en la cárcel Modelo de Madrid. Los dos galenos tuvieron un día especialmente intenso ya que también aparecieron los cadáveres de otras cinco personas a las que tuvieron que practicar la autopsia: tres en la carretera de Andalucía y otros dos en la Dehesa de la Villa.
En el caso de Esther, los forenses dijeron que su muerte se había producido como consecuencia de una «hemorragia» motivada por una herida por «arma de fuego en el frontal maxilar superior y en el temporal izquierdo». El resultado de su autopsia fue casi idéntico al del resto de doce asesinados en el cementerio Este: casi todos presentaban disparos en la cabeza.
La pregunta obligada es ¿Quiénes fueron el resto de los asesinados de aquella brutal jornada?; sólo existen registros de algunos nombres: Juan Moya Lledós, de 39 años y funcionario del Ministerio de Hacienda; Rogelio López Belda, teniente de la Guardia Civil; Félix de la Peña Ventura, Carmelo Soto André y José Salas Vadrós (el crimen de todos, su libertad de pensamiento y ser católicos)
Respecto a Esther López Valencia y su asesinato en el cementerio de la Almudena, el autor averiguó que el día después de su detención y la de su padre, su familia acudió a la Dirección General de Seguridad para denunciar que unos milicianos se habían llevado a sus familiares el día anterior y que estos no habían regresado a casa; los funcionarios que les atendieron les mostraron un fichero con las fotografías de los cadáveres que habían sido localizados a las afueras de Madrid durante las últimas horas. Su madre, Carolina Valencia, y su hermano, Federico López, identificaron entre aquellas macabras imágenes a Esther y a su padre.
La poetisa y su padre fueron enterrados en una fosa común del cementerio de la Almudena junto a los otros once asesinados aquella noche del 30 de septiembre. Hasta después de la guerra no pudieron ser exhumados y enterrados (de manera decente y de acuerdo con su Fe), en una tumba que tenía la familia en el mismo camposanto madrileño.
Terminada la contienda, el periódico Arriba publicó una esquela el 29 de septiembre de 1939 que recordaba a Esther López Valencia y a su padre Álvaro López Núñez que habían caído tres años atrás “por Dios y por España” y ese mismo día se celebraron dos misas en Mahón (Menorca) en “memoria de sus almas”.
Un último dato nos llama poderosamente la atención: Hace algún tiempo una iniciativa en León intentó quitar el nombre de Álvaro López Núñez (padre de Esther) a una calle de esta ciudad por su supuesto pasado franquista. La iniciativa no prosperó, pero a aquellas personas que la pusieron en marcha les convendría recordar dos datos: 1) Don Álvaro no tuvo un pasado franquista ya que fue asesinado unas semanas después de empezar la Guerra Civil y 2) La calle de León que lleva su nombre se la pusieron en vida, en concreto en el año 1927 (dicho de otra forma, el actual gobierno de España pretendió victimizar por segunda vez a Don Álvaro y a su hija Esther)”.
Para poder establecer conclusiones respecto a este conmovedor relato, se señala que las acotaciones entre paréntesis son de la autoría de quien escribe.
No importa la situación en que se viva, un Poder Judicial, realmente justo y eficiente, debe someterse a la ley, razón por la que no puede ser electo popularmente, ya que su función no es representar a nadie, o implementar políticas de gobierno, su función es aplicar la ley en la mayor expresión de justicia, libre de presiones políticas o ideológicas.
En México, a lo largo de las ultimas cinco generaciones, se ha luchado por derechos fundamentales, tales como la libertad de religión, la libertad de expresión y la libertad de pensamiento, las que se ven en riesgo, con la acotación de la suspensión provisional en el juicio de garantías o con acciones y políticas directas o indirectas de gobierno, respecto a ciertos temas como la educación, que no son neutras, sino que están cargadas de ideología.
Independientemente de los pareceres legítimos de cada quien, respecto a la situación política del país, hay algo que es innegable, el país esta sumido en una deriva a partir de una serie de determinaciones tomadas por el actual gobierno, dicha deriva que se manifiesta en una fuerte carga ideológica en la toma de determinaciones y en el crecimiento prácticamente del 0% del PIB en estos años, solo puede ser revertido por la acción informada de los vecinos, de los ciudadanos que nos interesa que este país, sea realmente un país de todos, con respeto entre todos y no de unos cuantos.
No es necesario que nos disparen en la cabeza como a Esther, para reprimir nuestras libertades, basta con permitir que se consolide esta deriva, para simplemente aquellos que no se identifiquen con el actual orden de cosas, sean excluidos y vetados de la vida política y cotidiana de este país.
A través de la vía democrática, con la participación de los ciudadanos formados e informados que así lo deseen, encontremos el rumbo que México necesita o ¿usted que opina?





