Lo que no hacen los buenos

El pan y la gentrificación.

Efraín Delgadillo Mejía.

Todas las acciones de gentrificación están vinculadas a la cultura como consumismo y no como un derecho. Se está librando una lucha por el espacio urbano entre comercios de subsistencia, artistas de la calle, comerciantes ambulantes y empresas tradicionales contra la gentrificación.  No nos engañemos: es un conflicto de clases.

#RichardHart, un panadero británico que abrió en la Colonia Roma Norte en la Ciudad de México la panadería Green Rhino y que tiene una conexión con la serie The Bear, comentó que «el trigo mexicano no es bueno» y que el país carecía de «una cultura del pan».

Después, el chef Richard Hart publicó un comunicado oficial dirigido “a los mexicanos” en el que ofrece una disculpa pública. Richard Hart reconoció directamente el error: “Sobre los comentarios que hice acerca de la cultura del pan mexicano, he escuchado la conversación en redes y he leído sus mensajes. Quiero ofrecer una disculpa clara y sincera. Me equivoqué, y lo lamento profundamente”.

La afirmación del chef y empresario panadero produjo una reacción en defensa  del pan mexicano, que se aproxima al nacionalismo vulgar y oculta el problema real: la cultura de consumo y su principal exponente, la gentrificación.

Los llamados «#foodies», que en español se traduciría mejor como «amantes de la comida», se unieron a su paso redentor desde su posición de «Blanco Salvador». Hicieron largas filas para pagar su pan, que no es de buena calidad por el precio. Esto puede parecer una anécdota, pero destaca un asunto fundamental.

La cultura hipster gentrificadora está repleta de anglofilia (hablar en inglés les resulta hipnotizante), clasismo, narcisismo y esnobismo. Además, existe una gran cantidad de racismo inconsciente que perpetúa las estructuras de poder en la industria cultural, administrada por hombres blancos de clase media.

La cultura hipster gentrificadora puede definirse como «el elitismo que está al alcance de todos», ya que no es necesario tener un alto nivel cultural o gastar mucho dinero para ser parte de ella; se requiere, en cambio, de narcisismo y clasismo, los cuales son incompatibles con estructuras sociales justas.

La cultura no debería ser una medalla que nos colguemos para sentirnos superiores a los demás, sino un derecho y un recurso. Sería bueno dejar de pensar en los productos y comenzar a examinar las interacciones sociales que ellos ocasionan. La escena hipster gentrificadora promueve vínculos elitistas, con conciertos que cuestan 5 mil pesos, música indie, vinilos de edición limitada y actividades culturales exclusivas financiadas por marcas carísimas. La mayoría de los íconos son hombres blancos de Occidente que se creen genios. Me parece relevante negar que cualquier cultura de masas sea vulgar y superficial. Eso significa la panadería Rhino Green y su chef clasista, racista y redentor.

Las élites económicas, tanto públicas como privadas, colaboran para dar forma al espacio urbano de acuerdo a sus intereses. De eso se trata lo que se conoce como gentrificación: el proceso de aburguesamiento en áreas de interés para poder adueñarse de ellas y desplazar a los grupos más vulnerables (indígenas, migrantes, personas sin hogar, madres solteras, jubilados, adictos a las drogas, etcétera). La manera de hacerlos desaparecer es repletando las calles con cafés, panaderías artesanales, boutiques de diseño, restaurantes gourmet y centros de arte contemporáneo. Que rematan con el nombre “de barrio”.

La gentrificación usa como caballo de Troya a los que se revisten de antisistema, los buena ondita que te hablan dos palabras en inglés. En todos los casos, el resultado es la subida de los alquileres, altos precios de la comida y servicios. Son un caballo de Troya, cuya madera puede ser progresista, pero en su interior hay soldados con mentalidad de clase media a la que no pertenecen, qué es lo que encarece el barrio, corre a los habitantes y recicla las situaciones de desigualdad.

Los hipster gentrificadores confunden modernidad con estar a la última en tendencias de consumo. Si te interesa el sindicalismo, por ejemplo, la huelga en el Monte de Piedad (por ejemplo) o la igualdad salarial, te pueden ver como un antiguo, mientras que alguien que conoce la última aplicación de Apple o el último grupo musical que recomiendan las redes te percibe como muy sofisticado. Hemos aceptado la idea despolitizada de la modernidad que nos dictan desde arriba.

Una característica fundamental de los hipster gentrificadores es la aversión a ser considerados «masa». Están condenados a un esfuerzo incesante por diferenciarse, lo cual se manifiesta como una obsesión por estar «a la vanguardia» en cuanto a productos culturales.  Son el sueño de un publicista: «Si adquieres este producto, te volverás una persona especial y distinta a los demás».

Defender el pan de dulce mexicano no es, por lo tanto, un acto de nacionalismo vulgar, sino una lucha en contra de la gentrificación. Slavoj Žižek critica la hipocresía ideológica del capitalismo tardío: que posibilita que el cliente se sienta «bueno» y «ético» (si paga un poco más por café «justo» o «sostenible», lugares «pet friendly») sin modificar el sistema subyacente e injusto, ya que la «caridad» ya está incluida, alivia la culpabilidad del consumismo sin cuestionar sus raíces estructurales y es un ejemplo ideal de cómo el sistema se legitima a sí mismo incorporando la crítica en su propio modelo de consumo.

La gentrificación es el caballo de Troya: se disfrazan de buenos para imponer el capitalismo salvaje.

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