Lo que no hacen los buenos

La lluvia no sabe llover.

Efraín Delgadillo Mejía.

El gobierno federal reportó que el saldo de las fuertes lluvias que han azotado a #México desde el jueves pasado es de 41 muertos y una secuela de destrucción, incluyendo derrumbes, deslaves e inundaciones. La Secretaría de Seguridad federal comunicó que el número de personas muertas en los estados centrales de Veracruz, Puebla, Querétaro y Hidalgo aumentó.

A finales de septiembre, en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, una tromba dejó al menos 22 mil afectaciones entre viviendas, negocios, centros religiosos y escuelas; la inundación que sufrió esta localidad afectó 24 colonias, 15 de las cuales están en emergencia y dos con daños graves.

Como consecuencia de su ubicación geográfica, México es una nación vulnerable a catástrofes naturales. En la época moderna hemos visto muchos sucesos lamentables; mi abuelo decía que el «Centro» se inundó durante tres meses en 1951 y que la gente se desplazaba en lanchas.

En este siglo, recordamos nítidamente la inundación en Tabasco de 2007, cuando la presa se desbordó. Después llegó Stan y devastó Tapachula en 2005. En el año 2020, las lluvias torrenciales provocadas por las tormentas tropicales Eta y otros frentes fríos inundaron el sureste de México. Esto resultó en que varios ríos se desbordaran y las entidades de Tabasco, Veracruz y Chiapas sufrieran serios daños, con un importante número de fallecidos y miles de personas damnificadas. En 2023: fenómenos como los huracanes Hilary y Otis, así como las tormentas tropicales, ocasionaron inundaciones severas y emergencias declaradas en múltiples estados, sobre todo Guerrero, Baja California Sur, Chiapas, Baja California y Veracruz.

Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), a pesar de ser la segunda región con mayor vulnerabilidad a catástrofes, América Latina destina menos del 2% de su presupuesto a prevención. Esto ha llevado a que la mayoría de los recursos se utilicen para atender emergencias y reconstruir, en vez de reforzar las habilidades para disminuir riesgos y prevenir tragedias.

En lo que respecta a la disminución de desastres, México invierte el .29% del PIB y el 99% de esta inversión destinada a este propósito es para mitigar los efectos. En otras palabras, el poco dinero que invertimos es para los efectos de las catástrofes, no es para evitar que ocurran desastres, es para aliviar los efectos. En cuanto a los costos, el informe de la ONU subraya que es mucho más costoso responder a un desastre que prevenirlo; señala que cuesta entre 4 y 7 veces más reparar que prevenir. El impacto económico se agrava a causa de la falta de infraestructuras robustas y sistemas adecuados de alerta temprana.

En el informe RAR24, se dan algunas sugerencias para disminuir la vulnerabilidad de la región frente a desastres son: establecer sistemas de alerta temprana multiamenaza, los cuales tienen la capacidad de reducir en un 30% el impacto económico y disminuir la mortalidad; robustecer la resiliencia de las finanzas públicas con estrategias como los seguros que disminuyen el efecto económico de los desastres; y aumentar la inversión en medidas preventivas y correctivas, en lugar de enfocar los gastos en acciones reactivas.

Estamos experimentando «La superación del Estado por la política», como decía el célebre sociólogo alemán Claus Offe, que acaba de fallecer.  Es el  resultado de la presión del gasto que ejerce el mercado electoral; se genera un círculo vicioso: el gasto público corriente no deja de crecer, los impuestos aumentan para cubrirlo, pero no llegan a ser suficientes, y el déficit continúa en aumento. Es prácticamente imposible acabar con este ciclo desde el ámbito político, ya que una buena parte de la población se ha habituado al gasto social y se opone a cualquier tipo de cambio o disminución.

Los programas sociales han resultado un éxito en reducción de la pobreza y un éxito rotundo en materia electoral. El costo en políticas públicas es inconmensurable.

Cuando la política sobrepasa al Estado, advierte Claus Offe, la viabilidad de este último corre peligro. Como sugerencia para «el nado sincronizado de los medios», hacemos la siguiente declaración: la culpable de los desastres es la lluvia, sí, la lluvia, que no sabe llover.

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