¿Atención humana o por humanidad, atención?

Así las cosas

Adolfo Prietro

 

Me queda claro que la tecnología en el campo de la medicina ha menguado el tiempo que un paciente pasa con el médico. El famoso “ojo clínico” se transformó en “ojo mágico” de los sofisticados aparatos de salud; por consiguiente, la relación entre personal de salud y paciente se da principalmente por medio de una serie de procedimientos, colocación de aparatos o administración de medicamentos, a los que comprensiblemente se les atribuyen los beneficios “tangibles y reales” de la intervención médica.

 

Soy una de las tantas personas que me quejo amargamente por la ausencia de humanidad en la atención médica en muchos de los hospitales particulares que solamente con ver lo que me cuesta enfermarme, me enfermo doblemente. Por eso algunas personas han optado por prohibir tajantemente que alguien de sus familiares se enferme.

 

Mención aparte merecen el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y la Secretaría de Salud en donde el acercamiento con el personal médico es mínimo. Cuando no tengo otra alternativa o, para ser sincero, no tengo dinero, opto por ponerme en manos de alguno de esos tres pilares de la salud. Llego a la clínica que me corresponde, tanteo sin tibiezas el estado de ánimo de la persona que me “hará el favor” de atenderme, y miro indiferente uno que otro apunte que esa persona hace en mi carnet.

 

Por extrañas coincidencias siempre me toca en el consultorio en donde hay más pacientes esperando la bendición del médico, el cual, por supuesto, no ha llegado (y a veces ni llega). Me desmorono en un asiento dañado (cuando lo hay). Sin proponérmelo o influido por la desesperante espera, corroboro la eternidad del tiempo, hojeo y ojeo una revista mientras espero mi turno para ser atendido. Cuando por fin llega el galeno y estoy frente a él, con trabajos me mira de reojo, siempre me toca que esté escribiendo o revisando algo, no adivino qué tanto pueda escribir o sobre qué, pero no dudo que su caligrafía sea tan mala como la mayoría de los médicos. Intercambiamos un par de palabras, no me deja decir ni una más, él sabe lo que tengo con solo tomarme el pulso y chequear los latidos de mi corazón.

 

Según él, no hay mal que no pueda curar una buena dosis de penicilina y, en el mejor de los casos, (optimista yo) saldré orgulloso de la clínica con un gran número de cajitas de medicamentos entre mis manos, eso si los hay, porque de no haberlos tendré que comenzar mi peregrinar de todos los días hacia esa clínica, suplicando, implorando, humillándome, tal vez, para que el encargado de la farmacia se compadezca de mí y me proporcione el remedio para mi enfermedad.

 

Cuando el galeno se emplea más a fondo, me deja en manos de la tecnología mecanizada, con la única diferencia que los aparatos son todavía más fríos, indiferentes, incapaces de escudriñar los sentimientos y el alma del paciente.

 

Siempre existen excepciones, pero son como náufragos en medio del océano. ¿a quién le toca entender que cuando un enfermo va a ponerse en manos del doctor, no puede ir con ganas, con buena vibra y con una sonrisa de oreja a oreja? La persona enferma es presa de angustia, de desazón, pues la enfermedad no solamente compromete su parte orgánica sino también su estado de ánimo. Al enfermo no se le debe manejar únicamente su dolor físico sino su dolor espiritual, ambos no se pueden desarticular, pero no quiero decir con ello que es obligación del médico fungir como curador de almas.

 

Ya está pasado de moda dejarlo todo en manos del “ojo de buen cubero”, como si la enfermedad fuera la misma para todos. Ya lo señala un sabio de la antigüedad cuyo nombre no recuerdo: “Dentro de la medicina no existen leyes absolutas, cada estado, cada individuo, exige atención especial”.

 

Por desgracia, muchos doctores, enfermeras, camilleros, etcétera, influenciados tal vez por los cambios en la tecnología, por las leyes que ha impuesto la reforma de la seguridad social, la crisis por muchos conocida, la burocracia (léase el sindicato) o por la infinidad de sus problemas familiares, evitan el contacto prolongado y el diálogo con el paciente. Pero eso no es lo más grave, a veces el médico adopta actitudes desobligantes o puramente mercantiles, duras e irrespetuosas, con quienes están depositando en él toda su confianza, su salud y su vida. 

El paciente es identificado frecuentemente, sobre todo en el sector privado, como alguien que tiene que liquidar una cuenta; y en el sector público, con alguien que tiene que desocupar, si bien le va, una habitación, y en el peor de los casos, una camilla, una andadera, una silla de ruedas o unas muletas, además de que tiene que consumir infinidad de medicamentos y someterse a una serie de aparatos cuya utilización no es necesaria y que se verán reflejados en su menguada economía.

 

Independientemente de nuestra condición, el paciente, al igual que tiene obligaciones tiene derechos dentro de los cuales está el que se le brinde atención médica digna, pero, sobre todo, que se respete su condición humana. Por desgracia, en la medicina actual abunda la frialdad, poco tiempo disponible y, en muchas ocasiones, la indiferencia total. Sin exagerar te dejan morir, y no precisamente de risa.

 

Nos leemos la próxima semana o hasta que el gobiernito de mi alma de sus muchas y corruptas compañías, nos separe.

 

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