Así las cosas
Por Adolfo Prieto
El pago a «chayoteros» —figuras mediáticas que promocionan gobiernos a cambio de recursos— evolucionó. En la era de la Cuarta Transformación, el fenómeno se sofisticó, incorporando a influencers, youtubers y caricaturistas que operan en redes sociales con nueva narrativa: la del respaldo «popular» y la comunicación directa. Sin embargo, detrás del disfraz moderno, el guion es el mismo: se paga por manipular, por callar, por aplaudir.
En 2021, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) protagonizó un caso emblemático de manipulación mediática. Durante la veda electoral, más de 100 influencers fueron contratados para promocionar su campaña, violando la ley. Cada publicación costó en promedio 10,000 dólares —unos 200,000 pesos mexicanos— por subir un video o una historia de Instagram durante un proceso que, por ley, debía mantenerse libre de propaganda. En total, el gasto se disparó a varios millones de pesos que jamás fueron fiscalizados con rigor. Influencers como Laura G, Lambda García, Bárbara de Regil, Raúl Araiza, Sherlyn y El Escorpión Dorado fueron parte de esta maquinaria: no opinaron, no informaron, simplemente leyeron un guion… por una generosa suma.
En 2024, el PVEM repitió la fórmula. Pagó 400,000 pesos a 19 influencers para promover a Claudia Sheinbaum. Uno de ellos, Paúl Rebollar, cobró 34,800 pesos por un solo video, promoción sin sustancia, opinión sin análisis, sonrisa por contrato. No se trata de informar, sino de vender imagen política como marca de maquillaje o bebida energética. Se paga caro por una opinión hueca que aparenta ser espontánea, pero está guionizada por el poder.
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), surgieron numerosos creadores de contenido que construyeron una carrera política disfrazada de periodismo ciudadano. Ignacio Rodríguez, alias El Chapucero, se volvió una figura central del aparato propagandístico de la 4T. Con más de 3 millones de suscriptores en sus diversos canales, monetiza sus contenidos a través de YouTube y otras plataformas, vendiendo espacios publicitarios y mercancía con el sello de la Cuarta Transformación. Su discurso es repetitivo, beligerante y diseñado para halagar al régimen y atacar a los críticos. No hay periodismo: hay propaganda con envoltura de «opinión independiente», y eso sí, mucha lambisconería.
Otros nombres se suman a esta red de promoción disfrazada: Carlos Pozos (Lord Molécula), Juncal Solano (El Charro Político), Hans Salazar, y más recientemente los llamados “periodistas digitales” que aparecen en la mañanera no para preguntar, sino para aplaudir. Es un ejército de comunicadores que no cuestiona, no investiga, no confronta. Su trabajo es repetir, amplificar y defender el mensaje oficial… y cobrar por ello. Aunque no todos reciben pagos directos del gobierno, sus ingresos provienen de la monetización de un discurso alineado con el poder, con patrocinios, convenios, publicidad y acceso privilegiado que no tendría ningún periodista crítico.
En la administración de Claudia Sheinbaum, como jefa de Gobierno de la Ciudad de México, se documentaron pagos por 13.8 millones de pesos a caricaturistas y propagandistas. Ese dinero público fue utilizado para diseñar y distribuir infografías, caricaturas y contenido que construyera una imagen positiva de su gestión. Entre los beneficiados se mencionan nombres como Rius, Jis y Trino, cuya obra, supuestamente crítica (a modo), pasó a alinearse con la narrativa oficial de la 4T. Mientras la ciudad enfrentaba crisis en movilidad, seguridad y servicios, el dinero construía una fachada digital donde todo marchaba bien. Las prioridades del gobierno era invertir en percepción, no en soluciones.
Hoy, la guerra de chayoteros está más viva que nunca. Hay una batalla abierta entre los de siempre —los periodistas tradicionales que vivieron del chayote institucional durante décadas— y los nuevos soldados de las redes sociales: los influencers con miles de seguidores, que no son reconocidos por sus ideas, sino por su capacidad para mover cifras en TikTok o YouTube. Es una guerra sin contenido, pero con presupuesto. Ambos bandos luchan por visibilidad, por contratos, por favores. Los primeros apelan a su vieja escuela; los segundos a sus estadísticas digitales. Pero todos sirven al mismo amo: el poder.
La figura del chayotero no es nueva. Desde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hasta el Partido Acción Nacional (PAN), pasando por el actual gobierno, el pago a comunicadores serviles es parte del sistema. Lo que cambió con AMLO y Sheinbaum no fue el fondo, sino la forma. Ya no basta con dominar la televisión y los periódicos, ahora el control se extiende a las redes sociales, a los youtubers, a los «tiktokers» que, sin formación alguna, son capaces de influir en millones. La propaganda ya no necesita papel ni tinta: basta un teléfono, una sonrisa, un video de 30 segundos… y un depósito.
Y no es barato. En 2021, se pagaron entre 100,000 y 200,000 pesos por una sola publicación. Hoy, incluso en campañas locales, se ofrecen decenas de miles de pesos por menciones, colaboraciones o entrevistas simuladas. Los recursos públicos que deberían destinarse a salud, educación o seguridad, se van en comprar aplausos, disfrazados de contenido.
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no solo perfeccionó la maquinaria propagandística: la institucionalizó. Ya no se oculta, se presume, se normaliza y se aplaude. El ciudadano queda atrapado en un bombardeo constante de mensajes diseñados no para informar, sino para emocionar, para dividir, para fanatizar. Y si alguien se atreve a cuestionar esta lógica, será etiquetado de conservador, vendido o traidor.
La 4T no acabó con el chayote: lo digitalizó, lo amplificó y lo volvió costumbre. Hoy, ante la falta de resultados —porque si los tuviera, no necesitaría el show—, el régimen no solo paga por la mentira; la disfraza de meme, la tararea en jingle, la maquilla en video viral, la encumbra en tendencia, la engrasa con dinero público y la bendice con lealtades de utilería. ¿Quién gana? Los de siempre. ¿Quién pierde? Un país que ya no distingue entre propaganda y verdad, entre aplauso y justicia. El problema no es que haya chayoteros; es que ya ni nos incomoda que cobren por mentir.
¡Hasta la próxima!