Con Samuel García, ni a la esquina

                          ASÍ LAS COSAS

Por Adolfo Prieto

Parece que en la política la sinrazón es el ajonjolí de todos los moles, y esto viene como anillo al dedo si se trata de hablar de Samuel García, el gobernador con licencia de Nuevo León, quien aspira a ser el pre candidato único del partido político Movimiento Ciudadano (MC) para la Presidencia de la República.

Además de pecar de optimista y tratar de disimular su ingenuidad, García parece seguir los mismos pasos que su antecesor, Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”, quienes coincidentemente nacieron el mismo día, pero con 31 años de diferencia. Ambos estuvieron de aferrados para ser gobernadores, pero más tardaron en ser elegidos que en pedir licencia para contender por “la grande” y botar la gubernatura del estado que tanto dicen amar.

Samuel, junto con su esposa Mariana Rodríguez (nuevamente la coincidencia con Jaime por aquello del apellido) fueron acusados de adoptar un bebé «temporalmente» por un fin de semana para obtener seguidores, acción que pareció más una llamarada de petate que un escándalo mediático, y en lugar de afectar a la peculiar pareja, les generó simpatías por parte del respetable y pasó sin pena y con mucha gloria.

También, en cierta ocasión, el par de tórtolos publicó una foto en la que se les podía ver peinados como emos, con la intención, como es su costumbre, de desviar la atención de los nuevoleoneses y camuflar la tremenda ola de violencia que hasta la fecha sigue azotando a Nuevo León.

Y aquella puntada que se aventó el muchacho con su absurdo proyecto de una nueva Constitución, tontería muy polémica porque seguramente solo a él y nada más que a él se le podría ocurrir crear una «nueva Constitución» para Nuevo León, en la que divisaba, entre otras cosas, meter al bote a quienes desobedecieran sus órdenes o le faltaran al respeto. Obviamente que dicho dislate, disfrazado de propuesta, fue eliminado en un dos por tres.

Pero ojalá eso fuera todo y Samuel mantuviera la boca cerrada, pero no, le da por soltar la lengua y decir una sarta de tonterías que muchísima gente ve con agrado y hasta simpatiza con él. Basta con recordar la sequía y la ola de calor que afectó a la entidad que él insiste en que bien ha gobernado, para las cuales ya tenía una respuesta: «Y ahora resulta que la mentada de madre es porque no hay agua, como si a mí me toca el abasto del agua, pues no, señores”.

Pero si la anterior no fuera suficiente y sus gobernados siguieran inquietos, confundidos o des norteados, todo tan sencillo como decir: «Primero, no soy Tláloc, pero si hoy llega la humedad como se ve y le atinamos al bombardeo aquí (sobre Santiago) y me escurren todos estos ríos a La Boca y ésta la recuperamos, ya fregamos por lo menos unas semanas…».

¿Alguien, con un poco de sentido común podría, ya no digamos creerle, sino por lo menos tomarlo en cuenta para darle un voto y pensar que puede ser presidente de la república? ¿Tan mal andamos que ya cualquier hijo de vecina puede llegar a ser primer mandatario, como lo hemos visto en algunos sexenios?

Samuel parece alejado completamente de la realidad o tal vez la conoce, pero prefiere dar atole con el dedo, no obstante que más de una de sus declaraciones además de caer en lo absurdo, resultan demasiado ofensivas, como por ejemplo: “En México, en el norte trabajamos, en el centro administran y en el sur descansan”.

No fue raro que, en 2020, el Partido Acción Nacional optara por no formalizar alianza con el partido de García, MC, para la gobernatura del estado norteño, pues gracias a las redes sociales mostró su actitud machista contra su propia esposa. Son incontables las barbaridades y ridículos que ha protagonizado el títere de Dante Delgado, a quien no le importa lanzarlo al ruedo siempre y cuando eso le genere votos y haga de MC un partido realmente de oposición utilizando a García como distractor y como “quita votos”.

Hay que reconocer que tales conductas no son propias del norteño, sino de la mayoría de los que conforman la clase política en México, por tanto, la ciudadanía tiene la última palabra.

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