ASÍ LAS COSAS
POR: Adolfo Prieto
En la actualidad hacerse candidato radica prioritariamente en aparecer por todos lados, aunque no se sobresalga en algo positivo o las acciones personales disten mucho de ser loables o tomadas en cuenta. Sus méritos provienen no de los hechos, sino de los propios medios de comunicación que paradójicamente encumbran o mandan a la lona al futuro prospecto.
Me resulta insoportable la idea de vivir en una época de redes sociales que, en cierta medida, también son las responsables de engendrar un candidato con el cual generalmente nos conformamos por ser el menos peor, el malo por conocido o el que ha prometido más, pero cumplirá menos.
El candidato supremo se mistifica a sí mismo y a veces hacia los otros para valorarse o, en el peor de los casos, para obtener mañosamente algo: poder, dinero o la atención de las masas. Cree que es un ser valorizante inspirado en sus lecturas (lo vimos con Enrique Peña Nieto) que elabora una ficción con tal seguridad que convence a los demás, aunque después venga el desencanto e irrumpa en nosotros la cruda moral por ser los responsables de haberlo elegido. Se siente capaz de llegar a gobernar un país, busca el fondo irracional de las masas, su identificación y obediencia sin límites porque para él es más importante saber con exactitud cosas inútiles que tener una opinión razonable sobre cosas útiles.
Cada que pronuncia un discurso se dedica a decir desatinos que la ciudadanía aplaude, intentándola convencer de que la única argumentación verdadera es la que él le dirige. Se enfoca prioritariamente en la noción de imagen que tiene de sí y se esfuerza porque parezca un modelo sobrehumano.
Al candidato no le importa cuánto dure su campaña sino cómo la represente, y a la masa no le importa la realidad social y política sin engaños, sino la imaginación por verdades. El chiste es que el elegido crezca, aunque no exista relación coherente con lo que se supone debe hacer, para ello casi siempre se rodea de individuos menos capaces que él, que figurarán en su próximo gabinete y le ayudarán a fortalecer su apariencia superficial, intrigas y otras razones que no tienen nada que ver con el bienestar de un pueblo.
¿Hasta cuándo nos libraremos de la esperanza de que con el nuevo candidato México pasará de ser un país tercermundista a uno de primer mundo, si seguimos repitiendo la misma historia? Los resultados seguirán siendo iguales al inclinarnos por alguien que carece de méritos y competencia y sonreímos cuando muestra una conducta estúpida que la masa ve con agrado y simpatía y que le asegura el voto.
El candidato se quiere fabricar como las grandes estrellas de Hollywood, para ello le elaboran sus discursos, pero lo central para él nunca será la discusión de ideas sino la venta de su imagen, casi siempre desgastada y soportada por unos hilos que están a punto de romperse.
Sexenio tras sexenio, hablando de las elecciones presidenciales, aunque para las demás también aplica, el factor más peligroso fue, es y será la estupidez humana, de ahí las frases “el pueblo manda”, “primero los pobres”, “el pueblo pone y el pueblo quita”, “nadie por encima de la ley”, etcétera, son tan socorridas que uno acaba por creérselas porque se trata del candidato, tu candidato, mi candidato quien con engaños, estafas, arrogancia, toda clase de mentiras y falsedades, utiliza las mismas frases para ganarse nuestra confianza que de ninguna manera merece, pero que se la damos, unos a cambio de dádivas, otros para llevar la contra, unos convencidos de que es el bueno, en fin.
Podría afirmar, sin tibiezas, que cualquier candidato, en especial el que suele aglomerar a muchas personas en sus discursos, es una epidemia inducida que se cura cada seis años pero que rebrota inmediatamente con su sucesor que buscará refugio en la comodidad de alguna falsa promesa o descalificando a su antecesor, apostándole más al malentendido que a las formas para remediarlo, adquiriendo la apariencia, siempre notoria, de un cliché.
El candidato con sus propuestas aleja el problema sin resolverlo con lo cual alcanza cierto grado mediocre de excelencia y opta, como es su costumbre, por evitar el camino de las ideas porque le resulta temible e insidioso.
Sin importar lo anterior, al grueso de la ciudadanía el único candidato que parece importarle es el que le dé de comer, la divierta, la entretenga con escándalos y la ayude, aunque ella podría ayudarse sin ningún problema.
Es por ello que mal nos va hoy y más mal nos irá yendo cada día hasta que suceda lo peor si no elegimos a un buen candidato, pero no al que nos impongan los partidos políticos.
Por todo lo anterior, urge fortalecer la figura del candidato independiente al que nadie pueda objetar su postulación y ninguna ley le impida ser candidato, que sobresalga por sus acciones, por su preparación académica y laboral, que demuestre con hechos y no con palabras y cuyo partido político sea el pueblo mismo, entre muchas otras cosas más. Podría pensarse que estoy siendo presa de un sueño guajiro, pero tengo mucha fe en que suceda un milagro, y aunque no me lo crea, estimable lector, lo increíble de los milagros es que se realizan.
Nos leemos la próxima semana o hasta que el gobiernito de mi alma, de sus muchas y corruptas compañías, nos separe.