La hipocresía política: El doble rasero del gobierno y la oposición frente a Maduro

ASÍ LAS COSAS

 

Por Adolfo Prieto

En la política mexicana las contradicciones nunca son pocas, pero lo que se evidencia en las
últimas semanas, en torno a la postura del gobierno de la presidenta (con A) de México,
Claudia Sheinbaum, respecto a Nicolás Maduro, es un claro ejemplo de la doble moral que
rige tanto a la oposición como al propio oficialismo. El país está atrapado entre dos
visiones, una en la que se alzan voces acusando a Sheinbaum de ser cómplice de un
régimen dictatorial, y otra, en la que el gobierno federal se hace de la vista gorda para no
criticar al dictador venezolano, mostrándose ambiguo ante un tema tan sensible. En este
contexto, los opositores como los actores del gobierno participan en una dinámica de doble
moral, en la que la ética queda de lado y la política de intereses se pone al frente.

Es fascinante cómo las figuras más críticas del gobierno de Sheinbaum, que en su momento fueron aliados de presidentes que poco o nada hicieron por una democracia genuina, hoy se presentan como paladines de la justicia y la libertad. Con el pretexto de la toma de protesta de Maduro en Venezuela, estos líderes de opinión, periodistas, empresarios y políticos de la oposición intentan aprovechar el momento para darle un golpe político a la administración de la Presidenta de México, acusándola de alinear a México con un dictador. Sin embargo, ¿qué calidad moral tienen estos mismos actores para hacer tales acusaciones cuando han sido parte de un sistema que ha permitido la concentración del poder, la corrupción y la impunidad en el país?

Para muchos de estos opositores, las relaciones con el poder político mexicano, a través de
los medios de comunicación y las empresas, han sido demasiado cercanas para ser
neutrales. Trabajaron o trabajan en medios de comunicación cuyos propietarios se
enriquecieron rápidamente a costa de convenios políticos oscuros con gobiernos en turno.

Son poderosos empresarios con vínculos claros con políticos corruptos, representan a ese
sector que, tras una fachada de lucha por la democracia, han sido cómplices de las mismas
estructuras que hoy critican. Esta hipocresía no es nueva; en su momento, estos medios de
comunicación, sus propietarios y varios de los periodistas y líderes de opinión se alinearon
con los presidentes que más les favorecían, sin cuestionar el trasfondo autoritario de sus
políticas, siempre que sus propios intereses no se vieran amenazados.

Su denuncia contra el régimen de Maduro no es más que una excusa para seguir con la
misma estrategia de siempre: atacar al gobierno en turno y tratar de recuperar el terreno
político perdido. Lo curioso es que, mientras algunos de estos opositores intentan venderse
como los defensores de la democracia en América Latina, no se dan cuenta de que su
propia narrativa está teñida de contradicciones y de un pasado que los vincula con figuras
que no tienen mucho que envidiarle a Maduro en términos de autoritarismo. En lugar de
mantener una postura coherente y transparente, estos actores siguen apostando por la
política oportunista, sin reparar en los daños que generan a la imagen de un país que
necesita urgentemente dejar atrás esa narrativa de complicidad con el poder.

El gobierno de Sheinbaum, aunque no es tan explícito en su defensa de Maduro, también
juega en dos bandos. Mientras algunos funcionarios y aliados de la actual administración
adoptan un tono ambiguo al referirse a Venezuela, no condenando abiertamente el régimen
de Maduro, lo que se percibe es que la postura del gobierno es, en el fondo, la misma que la de la oposición: un cálculo político que busca no perder terreno en el tablero internacional.

La administración actual no quiere arriesgarse a romper totalmente con el “presidente”
venezolano y su gobierno, no por cuestión de principios, sino porque la relación con el
régimen venezolano puede tener implicaciones estratégicas para la política exterior de
México, y el gobierno no está dispuesto a renunciar a sus apoyos y alianzas dentro del
espectro latinoamericano. Parece ser que la ambigüedad es la vía más cómoda para evitar
confrontaciones con los actores más poderosos en el continente.

La contradicción radica en que el gobierno de Sheinbaum se muestra dispuesto a ser
moderado y respetuoso, sin condenar abiertamente los excesos del régimen venezolano.

Mientras se presenta como un defensor de la soberanía y la autodeterminación de los
pueblos, en la práctica se silencia ante las violaciones a los derechos humanos y las
dictaduras que proliferan en América Latina. Al igual que la oposición, el gobierno de
Morena parece tener más intereses en juego que en una verdadera posición ideológica. La
política exterior, como las decisiones internas, está dominada por cálculos que consideran
más importante mantener relaciones con ciertos actores políticos y económicos que ejercer
una postura ética clara y coherente.

El embajador mexicano en Venezuela, Leopoldo de Gyvés de la Cruz, quien asistió a la
toma de protesta de Maduro, es la manifestación más clara de esta hipocresía por parte del
gobierno mexicano. Su presencia en ese evento se interpreta no solo como una muestra de
apoyo tácito al régimen de Maduro, sino como una manera de evidenciar la incoherencia de
un gobierno que, en su retórica, promueve la democracia y la libertad, pero, en la práctica,
no se atreve a condenar a un dictador. Esta postura es, en muchos sentidos, una estrategia
calculada que busca, en última instancia, no perder la buena voluntad de ciertos sectores del poder político y económico latinoamericano, a los que, irónicamente, se les acusa de los
mismos vicios que la oposición mexicana le achaca al régimen de Maduro.

Así, tanto el gobierno de Sheinbaum como la oposición han caído en una trampa de
hipocresía y doble moral: la política de los intereses. Mientras unos critican y otros
justifican, México sigue atrapado en una dinámica de complacencia y cálculos, donde la
democracia y la justicia parecen ser solo una fachada para las negociaciones ocultas que se
hacen tras bambalinas. La verdadera lucha por la democracia y los derechos humanos en
América Latina no se ganará ni con gestos de hipocresía ni con actitudes ambiguas, sino
con una postura coherente, firme y comprometida con los principios que realmente
representan a un México que debe dejar de jugar al sistema para empezar a cambiarlo.

Tanto el gobierno de Sheinbaum como la oposición participan en un tablero peligroso. La
hipocresía de ambos bandos se manifiesta no solo en sus posturas respecto a Venezuela,
sino en el modo en que manejan los intereses propios y las alianzas internacionales, sin
importar las contradicciones que ello implique. Lo que está claro es que, mientras sigan

navegando entre intereses ocultos, el verdadero bienestar de México y de América Latina
seguirá quedando en segundo plano, víctima de una dinámica política que no tiene la más
mínima intención de cambiar las estructuras que realmente requieren una transformación
profunda.

¡Hasta la próxima!

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