Lo que no hacen los buenos

Intocables

Efraín Delgadillo Mejía

«México debe pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes, orientar definitivamente la política del país por rumbos de una vida institucional». Esta frase es de Plutarco Elías Calles; lo dijo el 1 de septiembre de 1928, hace casi 100 años. Cuando declaraba inaugurado el periodo legislativo de su último año de gobierno.

En la realidad, cuando Plutarco Elías Calles convoca a construir un país con instituciones y leyes, se refiere a la creación de un partido político, el Partido Nacional Revolucionario, el partido que después sería el PRI. Un partido que era mayoría en los gobiernos municipales, estatales y la presidencia por 74 años. También fue mayoría absoluta en los congresos locales y federales. Por si fuera poco, también controlaba la Suprema Corte de Justicia; creó una institución tan fuerte que debilitó todas las demás. El partido de Estado.

Se logró lo impensable: todas las ambiciones políticas pasan por ser parte del partido en el poder.

El presidente Elías Calles construyó el tren que une Nogales con Guadalajara; era su orgullo, pasó sobre las resistencias de los indígenas, campesinos y pueblos; personalmente supervisaba las obras del llamado “tren subpacífico”. Hizo las carreteras de Acapulco, Pachuca y la de Puebla. Como un familiar cercano (su padre) era alcohólico, le declaró la guerra al alcohol. Como gobernador de Sonora en 1915, Calles ya había prohibido las bebidas embriagantes, argumentando que causaban «decadencia y perversión moral». Sus miedos personales dirigieron la moral pública.

En México, nos fascinan las personas que toman el papel de líderes, de purificadores, de hombres y mujeres fuertes. Como, por ejemplo, Porfirio Díaz, Álvaro Obregón, Pancho Villa y Emiliano Zapata, o incluso Vicente Guerrero y Miguel Hidalgo. También Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, que son los más elogiados. Entre otros muchos y muchas.

El problema en México es que al caudillo, el hombre o mujer fuerte, se le dota de poderes supranaturales; es el depositario de la pureza, de las mejores virtudes, guías de la moral; en un acto casi religioso se les considera redentores, del pueblo bueno.

Como depositarios y depositarias de las virtudes del mundo, guías morales, son los responsables de imponerlas a los demás, de santificar o purificar al otro. En este delirio, el que cuestiona o pone en duda al hombre o mujer fuerte es condenado como hereje.

Angelo Panebianco, el inmenso politólogo italiano, sostiene que, en un ciclo de altibajos, los líderes fuertes hacen que las instituciones sean débiles. Los caudillos son débiles cuando las instituciones son robustas.  Indica que, a medida que la institucionalización aumenta, es menor la dependencia hacia los líderes fuertes; en cambio, si la institucionalización es débil y depende más de los líderes.

Empezamos por lo sencillo: eliminemos el aura de santidad a quienes gobiernan en los tres ámbitos de gobierno, iniciemos criticando lo que hacen mal y reconociendo lo que hacen bien. Es triste observar cómo se defiende a los líderes políticos en #México, como la presidenta municipal, el gobernador o la gobernadora, y el expresidente. Como si no hubiese cometido un solo error. Para ejemplificar, analicen los sucesos más recientes, como el desplome de la Sierra de Puebla, las inundaciones en Veracruz, el crimen del líder limonero o incluso el colapso del puente de la Concordia.

Plutarco Elías Calles pensaba que una institución sólida sería capaz de acabar con los caciques y caudillos. Sucedió lo contrario; nació el Partido de Estado.  Luis Buñuel, el inmortal, nos advierte sobre un peligro más grande: Comportarse como un iluminado genera más dificultades que beneficios.

En Nazarín, Luis Buñuel nos presenta al padre Nazario, convencido de la pureza salvífica de su fe; sale al mundo a llevar un mensaje de esperanza, pero todo lo que toca se corrompe, desquicia, envilece y se aleja de lo que proclama. Cuando le preguntan por qué, Nazarin responde: “Así es la vida”. La lección es simple y contundente: presentarse como el símbolo de la honestidad, la pobreza franciscana y la pureza traen como consecuencia el desastre de todo lo que se toca.

Plutarco Elías Calles, que había declarado la guerra a la Iglesia Católica, se convirtió en espiritista al final de su vida; hablaba con los muertos y, durante sus últimos delirios, los fantasmas le comunicaban lo que sucedería en el futuro. Antes de morir, confesó que existía un ser supremo con el que estaba en contacto directo. Era, por lo tanto (según él), un iluminado.

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