Los «burros sabios»

ASÍ LAS COSAS

Por Adolfo Prieto

Mi padre me enseñó a caminar y no a arrastrarme, lo que me sirvió de mucho, además de que evitó que me raspara las rodillas o alguna otra parte del cuerpo. Sin embargo, son muy pocos, contados, contadísimos, los que podrían seguir tal consejo. No sé si sea por naturaleza humana, por comodidad o vaya usted a saber por qué maligna necedad, pero la realidad me demuestra que el hombre no desciende del mono, sino de la serpiente, por aquello de lo arrastrados que son muchos individuos en la política y en casi todas las actividades humanas, pero sobre todo en la burocracia, y no me refiero a cualquier burocracia, sino exclusivamente a la que padecemos en la Ciudad de México. El ser arrastrado acarrea aparentemente demasiadas ventajas, aunque la dignidad literalmente se vaya por los suelos. 

El problema no radica en ser “barbero”, porque cada quien puede hacer con su vida lo que le venga en gana; sino en que el arrastrado produce lo que conocemos como efecto domino: en su afán por complacer al superior no le importa arrastrar a todo aquel que se cruce por su camino, y eso lo vemos en todas las fuentes de trabajo, públicas o privadas. 

No entiendo cuál es la percepción que los “burros sabios” tienen de las cosas, pero no concibo que la mayoría de las decisiones esté en manos de personas cuyo mérito (si a eso se le puede llamar mérito) es arrastrarse a los pies de su amo, aunque su capacidad mental y laboral esté por los suelos (vuelvo al suelo nuevamente).

El poseer esas características no es un delito, porque de serlo la mayoría estaría tras las rejas purgando cadena perpetua. ¿Cómo entender que se pierda la dignidad por el sólo hecho de obtener algo, conservar un empleo o por quedar bien con los demás?

Me declaro incompetente para encontrar una explicación idónea a tan lambisconeras acciones. “Empeñar la palabra” es obsoleto porque vivimos en la época de la no confianza y de la no credibilidad con una extrema dosis de mentira. El “tomar el pelo” al prójimo resulta más efectivo y redituable que cualquier palabra empeñada o conducta intachable.

El haber perdido la confianza en la palabra empeñada y, por consiguiente, en el honor, ya no le importa a casi nadie, ahora dar nuestra palabra y poner de aval a nuestro honor es una estupidez. Infinidad de transacciones tienen que estar avaladas por papeles y firmas, reflejo casi siempre, de una mano temblorosa y mal intencionada, sin considerar el largo peregrinar que hace cualquier mortal para realizar un trámite burocrático, que generalmente se arregla con una “mordida” que el burócrata, al principio, no recibe argumentando que es su trabajo, pero que echa por tierra aduciendo que se sacrificará por nosotros, nada más y exclusivamente por nosotros, y no le queda más remedio que aceptar ser sobornado. 

Amistades cercanas y no tan cercanas, juran y perjuran que lo que menos quieren es que les vean la cara de tontos, aunque por cuestiones físicas muchos tenemos que aceptar que no es que nos vean la cara de tontos, sino que realmente tenemos cara de tontos, de lo cual se aprovechan los “burros sabios”.

El “burro sabio” es una especie en auge, todo lo sabe, todo lo puede y nunca se equivoca. Ante sus ojos nadie está a su nivel, y si lo está, busca los medios posibles para encontrar un conejillo de indias en el cual depositar sus errores. Habla porque tiene que hablar, no quiere parecer tonto o, mejor dicho, quiere parecer listo, aunque esté lejos de serlo. Sus opiniones y decisiones son tan acertadas que, por extrañas coincidencias del destino, a la hora de aplicarlas, resulta que no eran como él las había dicho, sino que sus subalternos, poseedores, según él, de una estupidez descomunal, no las entendieron como Dios manda, lo cual se refleja en intentos fallidos; en pocas palabras: jamás aceptarán sus errores.

Iluminados casi siempre por un don divino, los “burros sabios” se han apoderado de las redes sociales, las cuales usan para propagar sus dislates, y si alguien osa confrontarlos, hacen alarde de su ignorancia y se dan el gusto de perdonarnos con la condición de que no lo volvamos a hacer sin antes consultarlos. A veces, todo cambia, los “burros sabios” experimentan una metamorfosis que sólo ellos entienden: el asno mayor arremete contra ellos, lo cual hace que se desmoronen y empiecen a actuar como lo que realmente son: arrastrados de hueso colorado, cuyo afán es seguir empleando sus limitaciones, incapacidades y poco criterio que el primero les tolera para beneficio propio. Es tan amplia su visión del mundo que no les importa dar las na… rices para conservar el puesto. ¿Hay vacuna contra ello? ¡Por supuesto! Una buena dosis de conocimiento, estudio o, en el mejor de los casos, una discreta cultura general y una tolerancia a su máxima potencia, podría ser suficiente para resistir o detectar los ataques de esta plaga que ha invadido todos los ámbitos de la sociedad.

 

adolfoprietovec@hotmail.com

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