ASÍ LAS COSAS
Por Adolfo Prieto
El objetivo principal de un médico es el de procurar y mantener la salud de cualquier individuo cuando ésta realmente se vea afectada, o lo que es lo mismo, cuando el síndrome del “enfermo imaginario” no se vislumbre en el horizonte.
Supongo, creo, deduzco, pienso, intuyo, que existe una pandemia de este “padecimiento” en México; la razón… no la sé, pero muchos mexicanos en lugar de preocuparnos, optamos por regocijarnos al saber que somos portadores de tan conocido mal y a veces hacemos hasta lo imposible por contraerlo. Tal vez sea un distintivo con el que la mayoría nacemos, en otros casos podría tratarse de una costumbre heredada por nuestros antecesores o quizá sea el fin último que a lo largo de nuestra vida alcanzaremos, rebasaremos y aún nos dará tiempo de perfeccionar: enfermarnos sin estar enfermos.
El sistema de salud, por lo menos el de la Ciudad de México deja mucho que desear; sin embargo, no solamente los “burros sabios” tienen la culpa, también nosotros por adoptar una actitud indiferente, conformista o contemplativa ante los graves y grandes problemas que aquejan al país en todos los ámbitos habidos y por haber, sin exceptuar el más grande y dañino: la burocracia.
No quiero ni pensar cuántos mexicanos que se reportaron enfermos (hace unos momentos) o faltaron a su trabajo por cuestiones de salud están realmente enfermos. Parece que por extraños mecanismos comunicativos la mayoría se puso de acuerdo, en una especie de manifestación “camaril” (porque seguramente están postrados en su cama) pensando para sus adentros, que por cierto están muy adentro, que el Sistema actual de Salud no es capaz de proporcionarles los remedios más simples para curarles su “enfermedad imaginaria” por no llamarle pereza u holgazanería. Lo anterior no tendría razón de ser si estuviéramos en otro lugar, pero estamos en México, donde todo es posible, hasta lo imposible si de hacerse guaje se trata.
Muchas veces escuché decir que con la salud no se juega, pero no solamente se juega, se lucra, se chantajea, se negocia, se escuda, se evade, etcétera. Se quiera o no, es una poderosísima arma con la que se pueden obtener muchos beneficios, y no me refiero desde el punto de vista empresarial o de gobierno, porque como dirían mis ancestros: “Con esas pulgas a otro petate”. Lo veo como un acto de “fe” personalísimo en el que cada enfermo imaginario jala agua para su milpa desde el momento en que no va a trabajar, aunque sí le pagan el día. Aquí aparecen los supuestos verdugos y parásitos gubernamentales a los que hasta los precandidatos de “a mentiritas” critican: el Seguro Social o el no menos archi famoso ISSSTE.
Puedo afirmar, sin tibiezas, que dichas instituciones representan para los enfermos imaginarios el Paraíso en la Tierra. Todo es cuestión de que éstos sepan representar su papel para que se les otorgue la tan anhelada incapacidad, si se puede total, mejor; pero lo importante es trabajar sin trabajar estando enfermo sin estarlo, aunque en el mejor de los casos el médico tratante resulta ser conocido o familiar del enfermo imaginario, con lo que se crea un círculo vicioso para favorecer al no enfermo con una incapacidad dotada de varios días durante los cuales no irá a laborar, cosa que muchos no hacen aunque estén dotados de una cabal salud.
La actitud que debe asumir cada enfermito es al gusto, lo que sí me queda claro es que para todos ellos su supuesto mal es peor que una enfermedad terminal, aunque no sea otra cosa que un barrito en la punta de la nariz, una infame pestaña enterrada en la parte más recóndita de su pupila, un hematoma en la sien producido por un ligazo o la caída exagerada e inexplicable de tres cabellos de la parte frontal de la cabeza. Después de todo este sufrimiento debe tomarse la molestia de tramitar una serie de papeles para conseguir que se les otorgue una “merecida” incapacidad, hasta eso les da flojera pese a que es para su propio beneficio.
Aquí viene el descontento, porque cuando no la obtienen vociferan a los cuatro vientos que tanto el IMSS como el ISSSTE no sirven para nada, porque a ellos, ciudadanos ejemplares, no los pueden atender como se merecen pese a que pagan sus impuestos. Los médicos no se salvan del descontento de tales derechohabientes, también son calificados de ineptos, flojos y no sé cuántas necedades.
Si obtienen su tan ansiada incapacidad, se limitarán a decir que era lo menos que merecían y si fuera por ellos, estarían gustosos desempeñando sus labores, pero que, debido a su inexplicable enfermedad, contra toda su voluntad, deberán permanecer postrados en una cama soportando la programación televisiva que pueden disfrutar en su pantalla que adquirieron en el último Buen Fin y que por extrañas coincidencias asistieron cuando un día antes se reportaron enfermos.
Quien esto escribe, podría seguir haciéndolo, pero por extrañas coincidencias, el teclear a diestra y siniestra y el estar mirando cual vil lince el monitor, ha ocasionado en mi persona una serie de trastornos que bien ameritan una visita al médico y ojalá éste me conceda una merecida incapacidad.