ASÍ LAS COSAS
Por Adolfo Prieto
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) es el partido hegemónico
desde la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018. Sin
embargo, tras casi siete años de gobierno, se enfrenta a un proceso de
transformación y problemática interna que podría redefinir el futuro del país.
¿Hacia dónde va Morena?
La transición hacia 2024 puso en evidencia las tensiones dentro del partido. La
salida de AMLO y la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México en
diciembre de 2024 aparentemente marcan el fin de una era y el inicio de un nuevo
ciclo de incertidumbre para Morena. Con la llegada de la muchachita Luisa María
Alcalde a la presidencia del partido en septiembre de 2024 genera expectativas
sobre la consolidación de un proyecto de largo plazo, aunque, por el momento, la
falta de cohesión interna y las divisiones evidentes dentro de sus principales
figuras están poniendo en riesgo dicha continuidad.
En el corazón de las pugnas internas está el eterno Ricardo Monreal, actual líder
de los diputados de Morena quien, se quiera o no, tomó distancia de la figura
presidencial. Monreal elucubraba ser uno de los favoritos para suceder a López
Obrador pero después del berrinche que hizo cuando supo que no lo era tanto,
mostró un distanciamiento con los líderes del partido, especialmente con
Sheinbaum. Su ascendente liderazgo dentro de la bancada morenista contrasta
con la creciente desconfianza hacia su visión del partido. Para Monreal, la falta de
democracia interna y la centralización del poder son puntos críticos que amenazan
la estabilidad de Morena. Si bien sus posturas no son ajenas a la lógica
pragmática que caracteriza a la política mexicana, su confrontación con el aparato
de poder de Morena lo coloca en una posición de vulnerabilidad, pues muchos ven
en él una figura que podría desestabilizar la cohesión que tanto anhela el partido,
tal como se vio durante la confrontación que tuvo con Adán Augusto López.
Mientras tanto, la figura de Claudia Sheinbaum, aunque consolidada en su
ascenso a la presidencia, no está exenta de controversias que podrían minar su
popularidad y su apoyo dentro del propio partido. Su cercanía con AMLO fue un
factor clave para su elección como la principal candidata del partido, pero esa
misma cercanía ha empezado a mostrar fisuras. En su gestión en la Ciudad de
México, ha enfrentado críticas por presuntas irregularidades y falta de
transparencia, lo que ha sembrado dudas sobre su capacidad para llevar a cabo
una transformación más allá de lo que la administración de AMLO ya implementó.
A pesar de su popularidad, su camino hacia la consolidación de su poder en la
presidencia está lleno de desafíos, tanto internos como externos. La cuestión es
saber, pecando de despistado, qué méritos tuvo para ser presidenta de un país,
Hasta donde sé, ninguno.
Otro jugador clave es Adán Augusto López Hernández, quien asumió el liderazgo
de los senadores de Morena en 2025, un papel que, aunque de menor visibilidad
que su puesto anterior como Secretario de Gobernación, lo coloca en una posición
estratégica. Su ascenso dentro de la estructura de Morena, que no se explica sin
su relación con AMLO, refleja el posicionamiento de un político pragmático,
cercano al poder, pero con un estilo que ha sido considerado por algunos como
continuista con las prácticas del viejo Partido Revolucionario Institucional, sólo
basta con ver cómo dejó a Tabasco cuando fue gobernador. En un momento de
fragmentación dentro del partido, López Hernández se muestra como una pieza
clave para asegurar la estabilidad y continuidad de la Cuarta Transformación,
aunque su falta de carisma y las acusaciones de corrupción y de andar de
chincualudo y chimiscolero con una joven legisladora, siguen siendo una amenaza
latente a su legitimidad que lo hacen una figura polarizante dentro del partido.
A lo anterior hay que agregarle el mal entendido que tuvo con José Gerardo
Rodolfo Fernández Noroña, otro eterno político que haciendo berrinches y
afiliándose a Morena (pues era militante del Partido del Trabajo) se hizo de la
Presidencia del Senado de la República, aunque según él aceptaba quedarse en
el Senado sin otro cargo, como simple senador, y aunque dijo que se mantendría
en unidad, vociferó que “no es la primera vez que se me cierran los caminos
dentro del movimiento por pura mezquindad, deseo y exijo que sea la última", le
tuvieron que dar su premio de consolación, aunque suelen dejarlo que haga sus
ex abruptos y despotrique contra la oposición siempre usando sus muletillas de
compañero y compañera presidenta.
A pesar de la voluntad de muchos actores de mantener la unidad interna, la
realidad es que la falta de democracia, el manejo de cuotas de poder y las pugnas
por intereses personales desmoronan la estructura de Morena. La figura de Mario
Delgado, anterior presidente del partido, dejó un vacío de liderazgo profundo, eso
pasa cuando se le da manga ancha a un bueno para casi nada. La centralización
de su poder y las malas decisiones tomadas durante su mandato derivaron en la
polarización y en el debilitamiento de Morena pues en lugar de actuar como un
mediador, su postura alimentó los conflictos, convirtiendo a su partido en un
campo de batalla entre diferentes facciones que no logran ponerse de acuerdo
sobre la dirección que debe tomar el partido. Ahora, con la exageradamente
inexperta Luisa María Alcalde al frente, se espera que el partido recupere su
cohesión interna, pero los mismos intereses que han dividido a Morena durante
años siguen presentes. Alcalde, a pesar de su juventud y de las expectativas que
se tienen sobre su gestión, debe enfrentar las divisiones internas y la creciente
oposición que, con el ascenso de Sheinbaum, se fortalece.
A su vez, el tema de la continuidad del proyecto político de AMLO y la Cuarta
Transformación también está en juego. Con la entrada de Sheinbaum al poder, las
expectativas de consolidar el legado del ex presidente se ven nubladas por los
continuos escándalos y los llamados a una “nueva forma” de gobernar, más
democrática y menos centralizada. El futuro del partido dependerá de cómo se
gestionen estas tensiones internas y de cómo logren manejar el retorno de las
críticas y las divisiones, cada vez más evidentes.
A pesar de los esfuerzos por consolidar la unidad, las divisiones internas
persisten. En diciembre de 2024, Andrés Manuel López Beltrán, secretario de
organización de Morena, hizo un llamado a la unidad, advirtiendo que las
divisiones internas solo fortalecerían a la oposición. Sin embargo, las tensiones en
estados como Querétaro, donde legisladores de Morena mostraron diferencias en
la votación del Presupuesto de Egresos 2025, evidencian las dificultades para
lograr la cohesión interna. Imponer a López Beltrán es una estrategia para
asegurar la influencia de López Obrador sobre la administración de Sheinbaum y
prepararlo para una futura candidatura presidencial. Tal vez por ello la actual
presidenta propuso una reforma para impedir el nepotismo en cargos públicos,
buscando que los familiares de los funcionarios salientes no puedan postularse
como candidatos. Esta iniciativa, que deberá estar aprobada para las elecciones
intermedias de 2027, tiene como objetivo acabar con la práctica del nepotismo,
común en México. La reforma generó controversia, especialmente en el caso del
morenista Félix Salgado Macedonio, quien pretende suceder a su gobernadora
hija en 2027. Todo parece indicar que es un intento por parte de Sheinbaum de
distanciarse de la sombra de AMLO y su familia y un movimiento calculado para
consolidar su propio poder dentro del partido.
En todos los partidos políticos, sin importar su ideología, se repite el mismo guion:
cientos de miles de militantes entregan su tiempo, su lealtad y su voz para
fortalecer estructuras que, paradójicamente, nunca los tomarán en cuenta para
cargos de relevancia. Morena a pesar de presumir un discurso de renovación y
apertura, en los hechos recurre a los mismos cuadros de siempre, reciclando
nombres en cada proceso electoral y asignando puestos clave a su élite partidista.
La militancia, a la que se le exige movilización y respaldo incondicional, no recibe
más que promesas, relegada al papel de simple comparsa en un espectáculo
donde las decisiones se toman en la cúpula. Y lo más sorprendente no es la
permanencia de esta práctica ancestral, sino la docilidad con la que es aceptada.
Como si de un credo religioso se tratara, los militantes defienden a sus líderes con
fervor, repiten consignas con devoción y justifican las exclusiones con argumentos
que rozan lo irracional. Cimenta su poder en la explotación de una base que,
aunque consciente de su inutilidad dentro de la jerarquía, actúa como si algún día
fuera a ser considerado; en pocas palabras: la esperanza de participación es solo
un espejismo que alimenta el poder de los mismos de siempre.
Morena está en una encrucijada. ¿Logrará consolidarse como una fuerza política
de largo plazo o se fragmentará y permitirá que la oposición recobre fuerza? La
transición de liderazgo y las tensiones internas dentro del partido están lejos de
resolverse, y si la actual dirección no toma medidas firmes para restaurar la unidad
y renovar su legitimidad, corre el riesgo de ser superada por sus propias
contradicciones. La Cuarta Transformación, ese proyecto que tantas esperanzas
despertó en 2018, parece estar en la cuerda floja, y el futuro de la política
mexicana dependerá de si logra sortear estos obstáculos internos o si caerá bajo
el peso de sus divisiones.
¡Hasta la próxima!