Nuevas y viejas generaciones

ASÍ LAS COSAS

Por Adolfo Prieto

Dicen que la vida deja de ser útil al hombre cuando se alimenta del pasado; sin embargo, otros afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor. 

Las generaciones actuales, se quiera o no, son consecuencia de las generaciones pasadas. La vida actual nos brinda una serie de herramientas que hace unos cuantos años tenían cabida solamente en las novelas de Julio Verne. En el terreno de la tecnología esa secuencia lógica que se genera como resultado de un proceso sistemático se ha roto totalmente, porque ahora me veo envuelto en una especie de inutilidad, pese a la abundancia de posibilidades a las que tiene acceso cualquier persona que sepa manipular una computadora o un teléfono celular. Me basta con teclear unas cuantas palabras, en un lenguaje propio de la informática, para verme envuelto en millones y millones de datos que mis rudimentarios conocimientos no alcanzan a comprender del todo.

Acostumbraba visitar la Biblioteca de la Ciudadela cuando lo mejor que me podía pasar era que el bibliotecario estuviera de ‘buenas’ para facilitarme un par de libros y que los ejemplares estuvieran disponibles y en buen estado. Bastaba un cuaderno, un bolígrafo, un lápiz, mucha paciencia y una gran dosis de creatividad para hacer un trabajo de investigación que vería la luz en un pequeño espacio de alguna publicación de circulación local, fuera por encargo o por iniciativa propia, o simplemente como un trabajo escolar. 

La prolijidad de artículos que se publicaban en aquellos tiempos, mis tiempos, que por cierto no son muchos, es digna de admirarse porque comparados con los de hoy, puedo decir que todo salía de la nada. La limitación, viéndola en la distancia, era enorme ya que el acceso a la información llegaba a cuentagotas. 

¿Cómo podría escribir un reportero o un periodista de la nueva generación, acostumbrado a no despegarse de la internet, sobre determinado tema, teniendo como única herramienta de consulta cualquier medio impreso (libro, revista o periódico) sin disponer de una computadora y una impresora para mostrar su trabajo? 

La respuesta es evidente si comparamos la capacidad que tienen muchísimas personas para resolver cualquier problema matemático elemental sin la ayuda de una calculadora de bolsillo. Hemos perdido la capacidad de utilizar el cerebro, el cual se ha convertido en un partidario del mínimo esfuerzo. Ahora es más fácil escribir correctamente cualquier dirección electrónica, que escribir “herror” sin la h, o comunicación con c y con acento. Total, es más fácil el lenguaje cibernético que la gramática española.  

Me asombra corroborar la apatía, el desgano y la mala voluntad con la que muchos individuos desempeñan cualquier actividad teniendo todas las herramientas habidas y por haber. ‘Todo’ está a la mano y las cosas van de mal en peor. Aprendemos a destiempo y cuando por fin “aprendemos”, añoramos el pasado como una forma de salvación. Ambas generaciones se encuentran y no se ponen de acuerdo. La primera se resiste a actualizarse y la segunda se niega a conocer o a utilizar los grandes avances de la tecnología del modo indicado y útil, evitando los errores del pasado.

De allí viene lo contradictorio, el avance tecnológico nos ‘retrasa’ y las nuevas generaciones avanzan como el cangrejo. ¿Qué se necesita para desempeñar bien o decorosamente cualquier actividad por fácil o difícil que sea? ¿Voluntad, humildad, creatividad, iniciativa, ganas, qué? ¿Será que en México está prohibido pensar porque piensan los que no piensan que pensando podríamos pensar en nuestro propio beneficio, muy opuesto al beneficio de unos cuantos? El pensar no es malo, porque ninguna ley lo prohíbe, lo malo es que los que tienen la rienda en las manos piensan que piensan y no hay poder humano que les haga ver que lo que están pensando prácticamente, en muchas ocasiones, sino es que en todas, está mal. Se sienten bien así porque su ignorancia no les muestra un espejo en el cual se puedan observar y analizarse para verse en todo su esplendor y comprobar que simplemente son producto del “ahí se va”, basta con ver el rumbo que toma la Ciudad de México, aunque no es de ahorita, sino de muchos años atrás, para darnos cuenta que naufragamos sobre un desastre. Lo anterior no tiene nada de sorprendente, lo que llama la atención es que pese a toda esa mediocridad la burocracia funciona, a su modo, pero funciona, y lamentablemente nos adaptamos a ella.

Por lo anterior, la ciudadanía frecuentemente vota por el menos peor, porque no hay de otra o por llevarle la contra al otro, y rara vez escogen al más apto. De esas tres opciones surgen los despistados, especie tan peculiar que se reproduce de manera desmedida y se enclaustra en los tres órdenes de gobierno, con lo que mi capacidad de asombro no llega a su límite. Por eso las nuevas generaciones están como están y las viejas generaciones son como son, ambas con sus obligadas excepciones. 

No aprendemos a darle a cada cosa su justa dimensión y mejor optamos por creer que sabemos, que lo que hacemos nadie lo puede hacer mejor y que es obligación de alguna fuerza divina o adivina, de proporcionarnos tecnología de punta para aplicarla, como su nombre lo dice, sólo de punta, haciendo a un lado todo tipo de principios, conductas éticas y morales, que nos conducirían lejos, pero muy lejos de la mediocridad, esa que está a la vuelta de la esquina.

 

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