Que las encuestadoras saquen sus manos del proceso electoral

ASÍ LAS COSAS

Por Adolfo Prieto

 

En las pasadas elecciones, como en muchas otras, para elegir gobernador o gobernadora en el Estado de México y en Coahuila se ha insistido en que la derrota de los candidatos se debió a la abstención, a la pésima logística de los partidos políticos perdedores, al poco apoyo a los candidatos por parte de la cúpula partidista, etcétera, pero considero que gran parte de esa derrota se debe a las encuestadoras y a los medios de comunicación que las mencionan a toda hora.

Se señaló infinidad de veces que el presidente López Obrador, mediante La Mañanera o en cualquier acto público, seduce e influye a parte del electorado y lo induce a votar por el candidato que él apoya, acción que muchas veces ha sido censurada por el Instituto Nacional Electoral, por los partidos políticos de oposición o por la ciudadanía en general. El político, con tal de ganar, miente de modo calculado y con muy mala fe, teniendo como cómplice a un sector (grande o pequeño) de un pueblo que no hace más que aceptar las dádivas y las mentiras del jefe supremo. Los despistados, completamente ciegos, siguen sus fútiles costumbres, pero el gobernante lo encamina todo al cumplimiento que él ha proyectado, aunque diga lo contrario, como el que sería incapaz de meter la mano en las campañas y en las elecciones.

Sin embargo, ¿qué tanto influye sobre el poder de decisión del votante que un comentarista, líder de opinión, periodista, etcétera, informe periódicamente, sobre los datos de tal o cual encuesta de las empresas que se encargan de realizarlas y haga énfasis en los resultados de las mismas hasta el momento en que las enuncian?

Conozco a varios ciudadanos, o así se dicen llamar, que desisten de ir a votar porque el candidato que señalan las encuestas las encabeza y con toda seguridad obtendrá el triunfo por una ventaja considerable, independientemente del voto que puedan aportar los que estaban decididos a emitirlo; por tanto, no vale la pena perder el tiempo y se opta por la abstención.

Un periodista reconocido menciona la encuesta de determinado periódico y nuevamente influye su comentario para que la ciudadanía decida o no votar, con la idea, siempre constante, de que de nada servirá que vote si ya varios mencionaron al ganador, en pocas palabras, el razonamiento queda tan por debajo y lo absurdo tan por encima de sus expectativas, y todo en pos de la supuesta democracia, esa que engendra políticos cínicos y ciudadanos ingenuos o conformistas.

Aunque ningún candidato lo acepte, una de sus más deleznables finalidades es introducir la ilusión y el engaño como cuestiones fundamentales de su posible gobierno, finalidades que bien conocen los medios de comunicación pero que, con base en una doble moral, le juegan a los ingenuos, a los imparciales o simplemente aluden a que tienen que informar al público sobre todo aquello que acontece dentro y fuera de una elección.

¿Por qué no impedir que se difundan las encuestas, esas que se mencionan cuando le favorecen a uno, y se descalifican cuando le son adversas al otro? Con ellos se lograría evitar inclinar la balanza hacia alguno de los candidatos y que sea la misma ciudadanía la que funja como encuestadora. Lo pudimos ver en las recientes elecciones en el Estado de México, las dos contrincantes salieron a decir que los votos les favorecían, siendo que no era cierto. 

Se debería proponer que ni el presidente de la república en turno, ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación, ni algún líder de opinión, ni todo aquel que tenga influencia directa o indirecta sobre la gente, pueda mencionar públicamente que alguien va ganando o perdiendo. Sería mejor esperar a que gane el mejor (aunque esto es mucho pedir) o el menos peor.

Insistir tanto en la información que muestran las encuestadoras es inclinar la balanza por uno o por otro candidato, lo mismo que escuchar al primer mandatario decir que no se va a meter en el proceso, pero está más metido que una uña enterrada porque no puede dejar de lado la dependencia indefensa del ciudadano respecto de la seducción del poder arbitrario.

Seguramente las encuestadoras, ellas por delante y por ser las más interesadas, pero no las únicas, dirían que eso va contra la libertada de expresión, que es una especie de censura, que infinidad de personas se quedarían sin trabajo y quién sabe cuántas necedades más, apelarían como reflejo defensivo y saldrían en su defensa los medios de comunicación vía periodistas, comentaristas y líderes de opinión pero sin aceptar que las condiciones para el uso de la palabra, como ejercicio crítico e informativo, son muy complicadas, en pocas palabras, un arma de doble filo.

Las encuestas, si no son pagadas y por encargo, pueden servir normalmente para ilustrar la preferencia del voto, pero en ocasiones, que son las más, para oscurecerlo, inhibirlo, frenarlo o anularlo, logrando en la ciudadanía una singular embriaguez.

Casi podría afirmar que difundir encuestas sobre las elecciones es atentar contra lo   racional, porque si bien cada quién es libre de votar por quién le plazca, los dados van cargados sobre un candidato, y se quiera o no, eso influye en la libertad de la persona para emitir su voto. Por supuesto que hay excepciones, y no son las menos, pero la armonía entre el pensar y el decidir queda rota, sin embargo, cuando ambas logran perfecta sincronía engendran lo divino y evitan que se vote por el menos malo, sino por el que haya demostrado, durante toda su campaña, que es una persona capaz de ganar el puesto para el que está compitiendo. 

Propongo que hagamos una encuesta para ver si la ciudadanía quiere que las encuestadoras no metan las narices en ningún proceso electoral, porque después de dicho proceso sucede que el cambio de un Gobierno de cualquier clase y en cualquier parte significa sencillamente cambiar una partida de corruptos por otra.

Nos leemos la próxima semana o hasta que el gobiernito de mi alma de sus muchas y corruptas compañías, nos separe.

 

adolfoprietovec@hotmail.com

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