Ambulantaje: problema que crece tanto como el narcotráfico al amparo de las autoridades

Así las cosas

 

Por Adolfo Prieto

Guardadas las debidas proporciones, el símil establecido en la cabeza de esta nota tiene su lógica en el sentido de que si el narcomenudeo ha permeado todos los estratos de la sociedad, el ambulantaje no canta mal las rancheras. Me resulta familiar ver ambulantes en cualquier lugar, digamos que en donde se le antoja al “respetable” comerciante. Sin otra idea en la cabeza que obtener dinero como se pueda y en donde se pueda, las aceras, calles y avenidas son invadidas a diestra y siniestra por mucha gente que enarbola la tan choteada frase “prefiero trabajar honradamente que robar”. 

La mayoría de las veces, ante la complacencia de la autoridad, según esto, “competente”, surgen como generación espontánea un sinfín de giros comerciales con el mínimo control de calidad, salubridad y seguridad, pero una excelente coordinación para el cobro de cuotas, “moches” o propinas, que beneficia principalmente a los líderes de los ambulantes y a los responsables de no permitir que tan singulares personajes se establezcan en la vía pública, que a estas alturas ya no resulta pública, sino privada. 

Y para muestra basta un botón: el peatón, ajeno a tan siniestras complicidades, ya no puede transitar como Dios manda por infinidad de banquetas, si bien le va tendrá que circular por las avenidas o en el peor de los casos armarse de valor y librar con gran sagacidad toldos, mecates, fierros, huacales, costales, botes y un sin fin de materiales que los conscientes, honorables, distinguidos, trabajadores y responsables “comerciantes” tienen a bien colocar en los cuatro puntos cardinales de sus sagrados puestos. 

El que circula en su auto tiene que soportar estoicamente que el prójimo se tome todo el tiempo que quiera para descargar o cargar toda la mercancía que ha tenido a bien comprar o vender, que los franeleros se dignen a asignarle un lugar para su flameado auto, que los diableros, por caridad cristiana, no le maltraten su automóvil, que los tianguistas no se “engorilen” porque ocupa un espacio que a ellos y a nadie más les corresponde. Pero no todo termina ahí, basta con reflexionar un poquito para darme cuenta que el congestionamiento vehicular que ocasionan estos mercados sobre ruedas muchas veces es gigantesco. 

Nuestras queridas autoridades les permiten utilizar avenidas estratégicas, cerrar calles para que los señores puedan trabajar “honradamente”, además de colgarse de los postes de luz para que nuevamente los señores “comerciantes” puedan hacer uso de sus aparatos eléctricos y atender al cliente como se merece, porque hay que recordar que el “cliente” siempre tiene la razón, aunque a la hora de regatear los precios, ya no la tenga tanto. Hasta aquí no hay nada que objetarles a los ambulantes, ellos pagan su cuota a los líderes, y éstos a su vez a los inspectores, y estos a sus superiores y es una cadenita que no tiene fin. Dicha cuota les da derecho a hacer lo que se les da la gana, pues según ellos la pagan religiosamente, aunque saben perfectamente que se roban la luz, invaden vías públicas, obstruyen el paso peatonal y vehicular, atentan contra la salud de terceros por el nulo control de calidad en los alimentos y por la exposición irresponsable de tanques de gas, cables eléctricos en mal estado, piratería hasta decir basta, mercancía de dudosa procedencia y evasión de impuestos, pero bueno eso es una bicoca a comparación de todo el empeño, las ganas de superarse, de trabajar, de dar lo mejor de sí par atender a su venerable cliente, casi son unos santos. 

¿Pero qué pasa cuando una autoridad quiere poner orden? Los comerciantes informales la amenazan con interponer una demanda penal por los delitos de abuso de autoridad, despojo y robo, y quién sabe cuántas cosas más, y si no les hacen caso, se manifestarán y cerrarán calles y avenidas, perjudicando, como siempre, al que nada tiene que ver con semejante problema: a la ciudadanía capitalina. Sus líderes les prometerán que cuando recuperen su territorio no necesitarán credencial, sino valentía, coraje y los recibos de pago de todos, para cuidar su dignidad y su patrimonio». ¡Caray, cuanta benevolencia de estos redentores de los ambulantes! La autoridad no entiende que al vendedor ambulante no hay que reubicarlo, sino ubicarlo y decirle que a todas luces está violando la ley y el espacio. Se dice que el 80% del robo de energía eléctrica (¿Será?) que se registra en la CDMX es por parte de los comerciantes ambulantes, a través de los llamados «diablitos». Y no hay que olvidar que los comerciantes perfectamente establecidos también son perjudicados por sus “colegas” ambulantes. Así empiezan los líderes, agitando gente, apalabrándose con autoridades y acumulando dinero a costa de sus seguidores. Y cuando les caen en la movida, se dan a la fuga como lo hizo Napoleón Gómez Urrutia, ex dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, hoy flameado, perdón, flamante senador de la república.

Un negocio redondo que está lejos de terminar y menos cuando se acercan elecciones electorales. La ciudadanía debe poner de su parte y no dejarlo todo a la buena de Dios del gobierno de la Ciudad de México, porque aunque éste autorice descaradamente el comercio informal en plena vía pública, si no hay compradores, difícilmente podría sobrevivir, por tanto, urge hacer consciencia y, en la medida de lo posible, no comprarles a esas criaturitas del señor.

 

adolfoprietovec@hotmail.com

 

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